La rebelión contra el estómago
Una vez un hombre tuvo un sueño
donde sus manos, pies, boca y cerebro se rebelaban contra el estómago.
-¡Perezoso inservible! –dijeron las manos-. Nosotras
trabajamos todo el día, aserrando, martillando, alzando y acarreando. De noche
estamos llenas de ampollas y rasguños, y nos duelen las articulaciones, y
estamos cubiertas de mugre. Y entretanto tú te sientas allí, acaparando toda la
comida.
-¡Estamos de acuerdo! –dijeron los pies-. Piensa en
las magulladuras que nos salen, de tanto caminar todo el día. Y tú solo te
llenas, cerdo tragaldabas, y así eres más pesado de llevar.
-En efecto –gimió la boca-. ¿De dónde crees que viene
toda esa comida? Soy yo quien tiene que masticarla toda, y en cuanto termino tú
te la engulles. ¿Te parece justo?
-¿Y qué hay de mí? –dijo el cerebro-. ¿Crees que es
fácil estar aquí, pensando de dónde vendrá tu próxima comida? Y lo único que
recibo a cambio son jaquecas.
Y una por una las partes del cuerpo se sumaron a las
quejas contra el estómago, que no decía nada.
-Tengo una idea –anunció al fin el cerebro-.
Rebelémonos contra este vientre perezoso, y dejemos de trabajar para él.
-¡Magnífica idea! –convinieron los demás órganos y
partes-. Te enseñaremos cuán importantes somos. Entonces tal vez te
decidas a hacer algo.
Y todos dejaron de trabajar. Las manos se negaban a
alzar o acarrear. Los pies se rehusaban a caminar. La boca prometió no masticar
ni tragar un solo bocado. Y el cerebro juró que no tendría más ideas. Al
principio el estómago gruñó un poco, como hacía siempre que tenía hambre. Pero al
cabo de un tiempo calló.
Entonces, el hombre que
soñaba descubrió sorprendido que no podía caminar. No podía hacer nada con las
manos. Ni siquiera podía abrir la boca. Y de pronto empezó a sentirse enfermo.
El sueño pareció durar varios días. Con el trascurso
de cada día, el hombre se sentía cada vez peor.
“Será mejor que esta rebelión no dure demasiado
–pensó-, o me moriré de hambre.”
Entretanto, las manos, los pies, la boca y el cerebro
estaban cada día más débiles. Al principio la única actividad que realizaban
era insultar al estómago de cuando en cuando, pero pronto ni siquiera tuvieron
energías para eso.
Al fin el hombre oyó una voz débil que llegaba desde
los pies.
-Tal vez nos hayamos equivocado –dijeron-. Tenemos la
sospecha de que el estómago trabajaba a su manera.
-Estaba pensando lo mismo –murmuró el cerebro-. Es
verdad que él recibe toda la comida. Pero parece que nos devolvía la mejor
parte.
-Será mejor que admitamos nuestro error –dijo la
boca-. El estómago tiene tanto trabajo como las manos, los pies, el cerebro y
los dientes.
-Entonces volvamos a trabajar –exclamaron todos. Y en
esto el hombre despertó.
Para su alivio, descubrió que sus pies caminaban de
nuevo. Sus manos podían asir, su boca podía masticar y su cerebro podía pensar
con claridad. Se sentía mucho mejor.
“Bien, he aquí una lección para mí –pensó mientras se
llenaba el estómago con el desayuno-. O bien todos trabajamos juntos, o nada
funciona.”
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